Los huevos conllevan una importante carga de vitaminas A, B, D y E, fósforo, hierro y potasio. No en vano, el huevo es el génesis, el origen de la vida. Una buena prueba de ello la encontramos en los vegetarianos norteamericanos, que suelen ser los más fundamentalistas de todos. Un sector de ellos acepta comer huevos y, al parecer, tienen menos problemas de arterioesclerosis y un menor índice de enfermedades coronarias.
Lo que ocurre con los huevos es que desde siempre se han acompañado de enormes cantidades de grasa: huevos fritos con panceta, chorizo, patatas, etc., lo que ha contribuido en muchos casos a que se relacione y se culpe del exceso de grasa y calorías a los huevos. Habrá que empezar a pensar en la responsabilidad que les corrresponde a sus guarniciones tradicionales.
La mejor forma de tomar este egregio fruto de la gallina, la más sana e incluso sublime, es la más sencilla: pasados por agua, escalfados, molletes o duros, en cocotte, etc., procesos todos en los que no interviene ningún otro elemento más que el agua hirviendo o, en su caso, el calor. De este modo, el aporte de calorías y grasas es mínimo, potenciándose sin embargo todo el delicado sabor de este alimento.
En cualquier caso, y para todas y cada una de estas preparaciones, es imprescindible que los huevos no estén a la temperatura del frigorífico. Deben siempre sacarse del mismo al menos una hora antes. Y, desde luego, hay que procurar que sean lo más frescos posible. Incluso, si podemos conseguirlo de corral, mejor que mejor.
